Cristiana clandestina en Rumania

Maria-Aurora Caduto

María Aurora cuenta como fue cristiana clandestina en Rumanía, en su familia, en la universidad y luego durante años. Participó también en una ordenación clandestina, y eso cambió su vida.


Soy María Aurora, vengo de Rumania y pertenezco a la Iglesia greco-católica, una de las Iglesias orientales que Stalin puso fuera de la ley en 1948. Cuantos sufrimientos, cuantos dolores, cuantos años de cárcel, nos lo contaban nuestros padres, cada tanto, en voz baja…

Mi mama me transmitió de niña la fe cristiana-católica. No alcanzaba a comprender lo que no andaba en mi iglesia, porqué no podíamos ir a la iglesia y porqué en cambio escuchábamos la misa transmitida por Radio Vaticana, con los oídos pegados a la radio.

Tenía 7 años cuando asistí a una liturgia clandestina, celebrada por un sacerdote apenas salido de la cárcel, condenado por ser “enemigo del pueblo”.

Cuando frecuentaba la Universidad, me encontraba con solamente una veintena de estudiantes que compartían el mismo ideal religioso. Trabajábamos en secreto, en un grupo de oración y fraternidad, desmintiendo que nuestras convicciones fueran peligrosas para este régimen, que quería someterse la persona humana entera, alma y cuerpo.

Un día la policía secreta nos descubrió, y estuvimos al punto de ser excluidas de cualquier curso de estudio de las universidades del país. Pero éramos demasiado joven y nos sentíamos verdaderamente libres en Cristo.

En aquella época asistí a una ordenación sacerdotal clandestina. Vine a la muy humilde casa donde habitaba nuestro obispo. Con las puertas cerradas, las ventanas cubiertas, al total cuatro personas presentes: el obispo, una monja clandestina, el nuevo sacerdote y yo. Fue un acontecimiento que me impactó profundamente y cambió la historia de mi vida: mi Iglesia existía, tenía sus sacerdotes, y aunque no abiertamente, estaba libre en sí, libre en Cristo.

Terminada la universidad, cada integrante del grupo de 20 estudiantes, tomamos un camino en la sociedad y un camino clandestino de fe. ¿Cómo alimentaba mi fe? Encontraba la mía cada día apenas salida del trabajo. En cada celebración, miedo y alegría juntos dominaban en nuestro corazón. Todo era tranquilo, cantos murmurados, respuestas en voz baja, todos vestidos muy simplemente como por una visita cualquiera. Durante la misa me sentía libre. Cristo no podía ser detenido, era él que nos unía.

Hoy el régimen ha caído, pero nos damos cuenta dolorosamente que hay tanto camino a recorrer para cambiar nuestros corazones. y que es difícil morir a la mentalidad antigua.

Pero estoy convencida, Santo Padre, que los jóvenes siempre tendrán la disponibilidad para abrir las puertas de su vida a Cristo y al prójimo, para crear en nuestra Rumanía un futuro de solidaridad y de verdad, disipar las desconfianzas reciprocas y vivir finalmente en una sociedad libre y reconciliada.