La voz de los sin voz

Mons. Oscar Romero

El beato Oscar Romero, arzobispo de El Salvador de 1977 a 1980, fue durante la «represión» casi la única voz que denunciaba públicamente la explotación de los pobres y los asesinatos. Sabía su vida amenazada, pero no se calló, y dio su vida «por la resurrección» de su país.


Oscar Romero nació el 15 de agosto de 1917 en una familia humilde. De carácter tímido y reservado, amaba lo sencillo. Fue ordenado sacerdote en Roma el 4 de abril de 1942, obispo auxiliar de San Salvador en 1970, y obispo de Santiago de María en 1974.

Estructura de terror

La situación de violencia aumentaba en el país, y la Iglesia que levantó la voz fue perseguida. Una estructura de terror eliminaba todo lo que parecía atentar contra el poder de algunos pudientes que explotaban a los pobres campesinos. Poco a poco Romero comenzó a enfrentarse a la realidad de la injusticia social. En 1977, a los 59 años, fue nombrado arzobispo de San Salvador. Unos días después fue asesinado su amigo el padre Rutilio Grande.

Voz de los sin voz

Con campesinos
Con jóvenes

Poco a poco este hombre tímido se acercó a los oprimidos y se convirtió en defensor de la dignidad humana, “la voz de los sin voz”. Denunciaba las injusticias y la violencia hecha a los más pobres, los secuestros, torturas y asesinados. Romero se oponía a la vez a los ricos apoyados por el gobierno y los militares, y a la izquierda que quería conducir el país a una revolución. Unos lo acusaron de «comunista» y «revolucionario», otros le reprochaban su «debilidad».

“Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror” [1].

Una voz libre

Su sobrina Cecilia Romero cuenta que «en esa época era posible caminar por las calles de San Salvador incluso sin la radio sin perder una palabra de sus sermones, porque de todas las casas y de todos los bares salía su voz» . Su esquema era así: primero comentaba la palabra de Dios, luego denunciaba los hechos de la semana y leía los nombres de las personas desaparecidas, asesinadas o detenidas, era la única fuente de información. Alrededor de él se formó un grupo de jóvenes abogados que registraban las violencias o violaciones de derechos, a riesgo de su propia vida. Sus familiares tuvieron que fingir no tener relación con él [2].

Amenazado

Romero tuvo que sufrir una campaña de insultos, calumnias y amenazas contra su vida. Se sucedieron varios asesinatos de sacerdotes. Sabía que, tarde o temprano, iban a asesinarlo, pero nunca retrocedió. Estaba «consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios por no obedecer la voz de los pobres que no tenían nada más que su fe en Dios y le suplicaban interceder» [3].

Desde ya ofrezco mi sangre…
…por el renacmiento de El Salvador

Mi sangre derramada por ustedes

«El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESION”» [4]. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado durante la misa en la capilla del Hospital la Divina Providencia. Lo dispararon durante a consagración eucarística, mientras levantaba el cáliz y decía «Esta es mi sangre, derramada por ustedes».

Dispuestos a morir

Francisco citó a Monseñor Romero en su Audiencia del 7 de enero de 2015 : «Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos concede este honor… Dar la vida no significa sólo ser asesinados; dar la vida, tener el espíritu del martirio, es entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco».

Monseñor Oscar Romero fue beatificado el 23 de mayo de 2015 en El Salvador.