La avaricia

Avaricia es no saber compartir lo que tengo con otros.


Avaricia- Egoísmo

 La avaricia: tener, tener, tener, tener, “yo quiero tener trabajo, esto y el otro”.
 Ambición, ambición de tener: no viven, no disfrutan las pequeñas cosas que el Señor da a cada persona, a cada familia.
 El consumismo, comprar y gastar. Esto hace que el hombre esté solo con tecnologías, o peleando con sus seres queridos o en su trabajo.
 Poseer un hombre, una mujer, una casa… Es egoísmo.
 Utilizar una persona para mi interés, no pensar en ella, sea una pareja, con trabajos, en la parroquia… Es avaricia.
 ¿De qué sirve ser pobre, si hay ambición, codicia, envidia en el corazón?
 ¡Qué difícil, en un mundo lleno de corrupción, avaricia, ambición, egoísmo, el compartir, no solamente compartir con limosna sino compartir tiempo, ayudarse mutuamente!

Tomar posesión de los hijos. Celos

 Dicen “No soy egoísta”, pero están tomando posesión de sus hijos.
 No quiero compartir mi marido, mis hijos, con nadie: es avaricia y egoísmo.
 Hay madres que no quieren que su hija se case, para no quedarse solas.
 Hay madres que hacen que sus hijos se peleen con sus esposas. Los jóvenes quieren hacer su habitación, pero la madre no deja que los esposos tengan su vida, se unifiquen, se conozcan con sus dones y defectos. Es egoísmo.
 Los celos: no soporto que mi marido hable con nadie: es avaricia.

Compartir el tiempo

Muchos padres que trabajan todo el tiempo para conseguir cosas para los hijos, y no tienen tiempo para compartir con los hijos. Forman huérfanos y egoístas.
 Les dan todo pero no les dan lo más importante: su presencia, su tiempo. Forman adictos, porque no forman su voluntad.
 Y muchas veces se vuelven adictos a la droga, al alcohol, al sexo, a la tecnología… Porque los padres no se tomaron el tiempo de formar su voluntad. Formaron adictos.

Compartir la sonrisa

Un día, pregunté al capellán de la calle: «Estos chicos que lavan coches en la calle, ¿qué hago con ellos?» El capellán contestó: «Pregúntale su nombre, que nadie lo hace». Preparé una moneda, y le pregunté su nombre. Me dice «¿Porque me pides mi nombre?» - «Porque quiero conocerte.» - «Soy Franco.» - «Franco, tenga un muy buen día», y no le dí la moneda, pero entré en contacto con él. (-Padre Ravary).

«No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres en su indigencia se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan sus riquezas, que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia s emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos» (-San León Magno, LH v22).